jueves, 31 de mayo de 2018

Terrorismo en el Siglo XXI

La Real Academia de la Lengua Española, define la palabra terrorismo como: “Dominación por el terror. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. Y actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”. De acuerdo con esta última acepción, nosotros, las víctimas del Atentado de La Penca, fuimos parte de un atentado terrorista, precisamente, el último sufrido cerca de Costa Rica y por ciudadanos costarricenses. Para recordar, estos hechos sucedieron el 30 de mayo de 1984 en la margen norte del Río San Juan, territorio nicaragüense. En total cuatro personas fallecieron directamente, una más indirecta, y 22 resultamos heridas, debido a la colocación de un artefacto explosivo con el componente C4, durante una conferencia de prensa. Sí, este fue un acto de terrorismo. Pero si nos fijamos en la primera y segunda acepciones que nos da la Real Academia, podemos ver que el terrorismo ha cambiado mucho, se ha modernizado al extremo de que hoy, en pleno Siglo XXI, muchas personas se han convertido en terroristas. Si, así como lo digo: ¡Terroristas! Este, es el terrorismo del tercer milenio. “Reiteradamente y de modo indiscriminado…” como lo dice la Academia, hay personas que se han dedicado a crear “alarma social”. No pocos, han infundido el terror con estos actos, utilizando para ello un arma igual de cobarde que la usada en atentados dinamiteros. Con las mismas estrategias subterráneas, clandestinas, anónimas, cobardes y miserables, los nuevos terroristas del Siglo XXI han creado temores infundados en la sociedad, dominando por la vía del terror a comunidades enteras, aprovechándose de la ignorancia de las personas en muchos casos, y de lo más sagrado que tienen una madre o un padre: sus hijos. Sí, han utilizado a niños como víctimas inocentes, al igual que atentados de terrorismo de guerrillas, allende fronteras y mares, donde son utilizados como viles carnadas para someter a la población a sus bajos instintos del terror. Escondidos detrás de un teclado, detrás de un micrófono de un celular, o simplemente reproduciendo esas malditas cadenas falsas, estas personas han sembrado el terror, vinculando impunemente a organizaciones y personas, con actos que, claramente, no eran los endilgados. El caso más reciente y sonado, aunque no el único: la ONG -organización no gubernamental sin fines de lucro- Children´s Joy Foundation, de origen filipino, no solo fue acusada, fue juzgada, fue condenada, y a punto de ser sepultada, por la histeria colectiva y el nuevo terrorismo, causado por mucha gente irresponsable en las llamadas redes sociales. La nueva trinchera de la guerra de guerrillas de los nuevos terroristas fue sobre todo el WhatsApp, y un poco menos en Facebook. Ahí, cobardemente, pusieron a la comunidad en un estado de alerta infundado, una histeria colectiva que bien pudo producir ajusticiamientos al estilo de las bandas criminales organizadas, homicidios colectivos que mucho le hubieran costado al país, pero más a las familias de los posibles vapuleados, al estilo de DAESH -Isis-, los Talibanes o más cerca, los disidentes de las FARC en Colombia, que consideran la vida humana como una herramienta con fines de terrorismo y nada más. En periodismo hay una máxima que hoy, con el advenimiento de las redes sociales, debería convertirse en una máxima generalizada: confirmar con la fuente primaria. Es decir, si no estoy seguro de que lo que digo es cierto, no lo digo, antes lo confirmo, lo reconfirmo y lo pruebo. En caso contrario, solo es un chisme. Como usuarios de las redes sociales, hemos perdido un norte, el norte de la verdad y la responsabilidad social. Sí, todos tenemos una responsabilidad con el pueblo, somos los responsables de decir, divulgar o reproducir, mensajes que sean verdaderos, probados, ciertos y verificados. Hacer lo contrario y reproducir, esas grandes cadenas falsas de desinformación, es no solo un acto de irresponsabilidad, sino algo mucho más grave: un acto de terrorismo. Ahora, haga un examen de conciencia: ¿ha cometido usted un acto de terrorismo digital? Lic. José Rodolfo Ibarra Bogarín Periodista
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